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Otilio Ortega: "Para mí el colegio es la vida"

Audio original de la entrevista (extracto):

 

 

 

Da la impresión que los años no pasan para nuestro entrevistado. Su frescura, su amabilidad y sencillez siguen acompañándolo en cada paso, en cada palabra y en cada gesto. Este 2015 celebraremos los ochenta años de la fundación de nuestro colegio y no podemos obviar en este repaso –que continuará en los próximos números- la presencia y la labor de Otilio Ortega, maestro marianista y referente indiscutible.

 

Gracias Otilio por tu tiempo. Comencemos la entrevista, ¿quién es Otilio Ortega?

 

Yo hace exactamente ya 82 años que nací, en un pueblito, Burgos. Éramos 10 hermanos y los padres labradores. Mi mamá murió cuando yo apenas tenía 6 años, así que prácticamente de la mamá recuerdo muy poco. Y teníamos que buscarnos, pues, a ver cómo vivíamos allá, porque eran labradores comunes y corrientes de un pueblo. Entonces empezó el hermano David, el mayor, de 92 años ahora: se fue con los marianistas. Hablaba de los marianistas, de que estaba muy bien. Le siguió el que es actualmente sacerdote, cura, Justino. Lo mismo. Le seguí yo y detrás de mí vino otro más, detrás vino otro y detrás otro. Total que somos cuatro marianistas varones y dos mujeres. Y seguimos actualmente, salvo una que murió, seguimos todos.

 

¿Por qué se hizo Marianista?

 

Nos gustaba tanto de lo que hablaban sobre los marianistas y demás que quisimos saber de qué se trataba. En casa no había prácticamente qué hacer, entonces fuimos ingresando con los marianistas. Ingresé a los 11 años. Hice los cuatro años de postulantado, el noviciado, y al terminar el noviciado nos dijeron “¿quiénes quisieran ir a misionar a Argentina?”. Para nosotros era eso, misionar, ir a misionar a Argentina. Después del noviciado, a los 16 años, profesé (la profesión religiosa) y nos vinimos directamente para Argentina, en noviembre de 1949.

Vinimos ocho muchachos, estudiamos acá en Argentina. Los años que estábamos en el postulantado estudiábamos porque era como un internado que era estudiar y estudiar y nada más: estudiar, jugar, comer y dormir, no había otra cosa. Pero no pasábamos exámenes oficiales. Y estábamos 4 años estudiando y estudiábamos prácticamente todo el bachillerato y llegamos aquí a Argentina y hacía falta tener títulos. Entonces en tres años que teníamos de escolarización hicimos todo el bachillerato. No teníamos ninguna convalidación, pero como habíamos estudiado bien en lo otro, acá nos resultaba bastante fácil seguir adelante con todos los estudios. Y toda la ilusión nuestra cuando estábamos estudiando, pues era ser marianistas como eran entonces todos: educadores. Todos dedicados a la escuela, al colegio. Y estábamos ya para salir a la comunidad y nos preguntábamos “¿A dónde nos mandarán este año? ¿A dónde nos enviarán?“ Era un hervor especial. A unos le mandaron aquí a la Argentina, y a otros los mandaron a Chile, que recién se había fundado en el 49, cuando llegamos nosotros, el Colegio de Chile. Y a mí me tocó en el Colegio de Chile. Me dieron a los pequeños, porque generalmente todos los marianistas empezamos a enseñar desde abajo, y según disposición y gustos de cada uno, seguía o se iba quedando en los distintos cursos. No porque supiera más o supiera menos, sino porque cada uno prácticamente elegía. Yo empecé con primer grado, y me encantaron los chicos. Tenía una cosa un poco rara porque además de primer grado tenía con los mayores lo que llamábamos “trabajos manuales”: encuadernación, carpintería, cartonaje, todas esas cuestiones. Y a mí como me gustaba me dieron también estos trabajos manuales, en el secundario.

Al ver lo que eran los pequeños y al estar con los grandes en el secundario –ya que era una materia muy “jorobona”, porque estaban con martillos y con serruchos y demás-, dije “no, yo me quedo con los pequeños”. Me quedé con los pequeños, quince años estuve en Santiago, y me mandaron a Buenos Aires, a ir a Buenos Aires por dos años para allí convalidar el magisterio chileno con el argentino, porque entonces se fusionaron Chile y Argentina, y entonces podíamos trabajar allá o acá. Pero para eso había que tener los títulos a tiempo y ahí me dijeron “vaya por dos años y ahí como está el magisterio en el Colegio lo vas a poder hacer mientras trabajas”. Y listo, vine acá, estuve los dos años, hice el magisterio, lo terminé en 1970 y vino una nueva norma, ahora cada uno podía elegir el lugar que quisiera, Chile o Argentina. Y yo, que había venido acá a Buenos Aires, que no me gustaba nada al principio (risas), no sé por qué, ya me había aclimatado y pensé “qué voy a volver allá si estoy bien acá” y me quedé acá. Otros se fueron allá y así hicimos un intercambio. Y esos dos años que me mandaron ahora son ya cuarenta y cuatro, ¿qué te parece?

Impresionante, hubo mucho de casualidad pero también de elección. Y hablando de elección, usted eligió ser religioso y docente. Le pregunto, ¿influye el ser religioso con el ser docente?

 

Ser religioso marianista es una decisión. Vos te consagrás a Dios en distintos lugares: podés ser marianista, jesuita, lo que sea. Ahora, hay una cosa que me llama la atención: ¿por qué me dediqué yo a la enseñanza? Porque entonces prácticamente todos los marianistas estaban dedicados a eso, a enseñar. Y nuestra ilusión cuando salimos a la comunidad era ver a dónde nos mandaban. “¿Cómo influye eso en ser maestro?” Bueno, el religioso marianista es un hombre cualquiera como cualquier otro. “¿Pero qué pasa con los maestros del colegio?” Tienen su familia. Entonces tienen que estar preocupados por su familia, por cómo le va, cómo tiene lo que sea. El marianista no tiene que preocuparse de nada de eso. Él está aquí completamente dedicado a la educación, y el tiempo que pasa no le impide seguir los rezos, hacer vida de comunidad, otras actividades. Pero el hecho de vivir en la misma casa donde se está trabajando le da una facilidad loca para hacer las cosas: no pierde tiempo en viajes (risas). Yo feliz estando en el colegio atendiendo a los chicos.

 

¿Por qué decidió en este colegio continuar su labor con los más pequeños?

 

Mira, la satisfacción que dan los pequeños no la tiene ninguno. Vos tomás a los chicos cuando vienen y no saben nada, y ves cómo van subiendo hasta que empiezan a volar solos, y esa satisfacción no te la quita nadie. Yo ahora puedo seguir enseñando a los más chicos porque el colegio me lo permite, porque una vez que uno se jubila deja todo, tranquilo. Yo confieso que el primer año cuando dejé a los chicos no sabía dónde meterme: veía a los chicos de arriba, oía el ruido. El primer acto patrio que hubo, que me mandaron a mí a cantar el himno igual que de costumbre me tuve que marchar de emoción, no pude quedarme. Y entonces yo pensé “Voy a ver si me dan algún trabajo o algo”, alguna cosa, y empecé yendo a algunas clases. “¿Sabés los que pasaba al principio?” Que las maestras se quedaban como diciendo “Este tipo, ¿a qué vendrá acá? ¿Vendrá a vigilarnos?”. Me parece que andaban un poco así. Bueno, eso después se cambió y bastaba que faltara algún día a clases para que preguntaran por qué no había ido, como que tuviera la obligación, yo voy porque quiero. Así que luego lo tomaron como una cosa ya hecha, y ahora encantado de que vayamos ahí.

 

¿Qué relación tiene con sus alumnos y exalumnos?

 

Mira, todos los años cuando llega la fiesta del exalumno y te encuentras con gente de hace a lo mejor veinte, treinta años no los habías visto. No los conoces, por supuesto, porque de chicos a grandes ya, van cambiando. La sensación que uno tiene cuando se encuentra con uno grandote que lo tuvo de chiquito en primer grado te deja también una cosa inexplicable.

¿Qué es lo que le gusta del colegio? ¿Qué tiene de especial para usted?

 

Mira, en el colegio he pasado yo toda mi vida, tanto en este como en el de Santiago. Ya uno lo toma como suyo, como propio. Yo quiero para el colegio lo mejor que se pueda, que siga funcionando como ha funcionado siempre (que no es lo mismo cuando empezaron en el año 37 con doce, trece chicos que ahora que tenemos mil setecientos y tantos). Ya digo, para mí el colegio es la vida.

¿Cuál es la historia del himno del colegio?¿Qué significa para usted cantarlo?

 

De la historia del himno sé que la letra la hizo el Padre Ángel Rojo y la música la hizo un profesor del colegio de Madrid, más no. No se cantaba al principio el himno del colegio en los actos. Empezó de a cantarse de a poquito en 1968 (aproximadamente) y ya después se hizo general. Y empecé a cantarlo yo, a cantarlo, a cantarlo y ahí sigo, ¡estoy esperando que alguno me reemplace! Cada vez que lo canto siento una emoción grandísima, ver a toda esa gente ahí, que te hacen señas, que te saluda y los mismos chicos que empiezan “¡Ortega! ¡Ortega!”.

 

Agradeciéndole sus palabras y su tiempo, ¿quiere decirles algo a los lectores de esta revista?

 

Pues nada, que lo van a leer con gusto seguramente todo lo que salga en la revista, se lee porque viene de lo nuestro, todas las noticias van a ser nuestras. Y que la lean todos los que puedan, y que contribuyan después a ayudar a los que están haciéndolo.

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